viernes, 18 de noviembre de 2016

EL GIGANTE CANLIN - ADRIANO

 EL GIGANTE CANLIN

Fue al terminar el sexto valle donde me encontré con el gigante Canlin y con Juan Osito.
Después de haber caminado todo el día, dormía yo al pie de una montaña, en uno de sus pliegues abrigados; cuando de repente, de lo bien dormido que estoy, siento que alguien me levanta en peso y una risotada como un trueno lo hace reventar en mis oídos.
Asustado, me senté, llegando a comprobar que me hallaba en la palma de la mano de un hombre que no era otro sino la misma montaña o lo que yo creyera asina. 
-- ¡Jo, jo, jo, jo! ¡Yo soy Canlin! ¿Has oído nombrarme?
Sus ojos llameaban. ¿Canlin? Por cierto que había oído. En mi pueblo hablaban de él: gigante encantado que en las noches de luna dejaba de ser montaña para convertirse en monstruo comegente. Hasta entonces había pensado yo que sólo era cuento. Pero no, de veras también como decían, su corazón sonaba como máquina, diciendo ¡Canlin! ¡Canlin! ¡Canlin!...
¿Quieres ver las estrellas? _habló alzando su mano por encima de las nubes, antes que le respondiera. Un silencio total como si se hubiese vaciado el aire de toda la tierra sentí entonces. Mis ojos se enceguecieron con la luz de las estrellas, ahí cerquita.
_ ¿Sabes? _ dijo bajándome por fin a la altura de su
Pecho, llenándome de ese ruido que salía de su corazón, ensordeciéndome  tengo hambre. En buena hora has aparecido. Lástima nomás que seas tan pequeño; pero tierna es tu carne después de todo. Serás un agradable bocado, ¡ahhhh!...
Diciendo asina alzó su mano para llevarme a la boca. Yo cerré  los ojos, temblando, sintiendo la muerte... En eso, una voz como de truena se alzó de abajo, de sus pies:
-- ¡Monstruo maula, cobarde! ¡Deja a ese wambra!                                      Canlin abrió los ojos medio no queriendo creer lo que oía, bajó rápido la mirada y terminó huajayllándose, sacudiendo todo su cuerpo, hasta cansarse. Era un maqta peludo, un joven mitad gente mitad oso el que asina le hablaba. Acabada su risa, agachándose me puso el gigante sobre el suelo, mejor dicho sobre esa pampa sin fin donde silbaba el viento. Sin mucho apuro, calmoso, se dispuso ahora a empuñarlo al maqta, sin poner cuidado de la honda que estaba haciendo girar éste. 
Antes que lo empuñe, la piedra salió silbando, arrojada con tal fuerza que al estrellarse en su frente, Canlin cayó de espaldas sin dar ni un grito, sacudiendo la tierra como un terremoto.
ADRIANO

1 comentario:

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